3- Los compradores de certezas

Es una situación bien conocida: aparece un tema controvertido sobre la mesa, y todos los comensales acaban posicionándose de forma férrea en torno a alguna opinión, que defienden como si fuera una gran verdad. Incluso si, antes de haber comenzado la discusión, nunca antes habían pensado sobre el tema.

¿Por qué se lanzan las personas a creer en opiniones, y a defenderlas como si fueran certezas absolutas? Cuando algún actor social como la política o la religión vende alguna doctrina, ¿por qué la compran?

Una posible respuesta es que la incertidumbre causa incomodidad, mientras que una certeza le hace a uno creer que conoce el mundo que le rodea y sus reglas. Cuando se nos presenta un problema, resulta incómodo si el problema no tiene una solución definitiva. Un ejemplo cotidiano lo encontramos en que, cuando algún conocido nos cuenta algún problema personal, tendemos a ofrecerle todas las soluciones que se nos ocurren y a decirle cómo nos comportaríamos nosotros en su lugar, a pesar de que el conocido tal vez nos contaba su problema, simplemente, para desahogarse.

La incomodidad ante los problemas sin una solución definitiva se puede aplicar a muchos ámbitos, donde las personas prefieren comprar alguna certeza que tener que vivir en la incertidumbre. Como en la ética, la política o a la existencia en sí misma. Resulta menos incómodo pensar que existe una definición universal de lo que está bien y de lo que está mal, a pensar que el bien y el mal sean relativos y dependan de la subjetividad. Resulta menos incómodo pensar que existe una ideología política que es la mejor solución posible para la humanidad, a pensar que que puedan existir varias alternativas parcialmente válidas. Resulta menos incómodo pensar que existe un ser superior que ha creado la existencia y la ha dotado de sentido, que no saber por qué existe el mundo, si tiene o necesita tener algún sentido, o si tenemos que pringarnos las manos nosotros mismos en buscarnos el nuestro.

Comprar certezas nos ayuda a evadir responsabilidades. Cuando decidimos comprar una moral o una ideología, compramos sus definiciones de lo que está bien y lo que está mal, y pasamos la responsabilidad de nuestros actos a las personas que inventaron dicha moral o ideología.

Podemos imaginar un gran acantilado frente al océano, con dos personas en su borde. Una de ellas está atada a una cuerda y no puede caerse. La otra puede escoger si se lanza o no. La persona con la cuerda ha comprado la certeza de que el suicidio es un pecado. Ni siquiera se plantea que pueda tirarse. La otra persona debe enfrentarse a su propia libertad y a su propia responsabilidad, debe enfrentarse al vértigo de lo inmenso, y decidir por sí misma lo que está bien y lo que está mal, en su caso particular.

Comprar la certeza de la cuerda puede ser muy atractivo, ya que nos evita enfrentarnos a una realidad compleja y desconocida, y a tener que decidir por nosotros mismos cuál es el sentido, o qué está bien o mal.

Por supuesto, como toda compra, esta certeza tiene un precio. Las certezas se pagan con libertad. Al comprar una certeza estamos escogiendo una entre muchas posibilidades, y descartando de nuestro abanico todo el resto. Si compramos que el socialismo es la verdad, difícilmente querremos probar cualquier propuesta del liberalismo. Si compramos la moral del cristianismo, difícilmente podremos cometer un aborto o ser asistidos en una eutanasia. No se quiere, aquí, dar a entender que una u otra posibilidad sea, intrínsecamente, mejor que otra, sino simplemente que cada certeza supone renegar del resto de posibilidades.

El precio que se paga al comprar una certeza es incluso más profundo, ya que incluye manipular aspectos íntimos del individuo. Cuando una persona afirma que algo es cierto, no significa que ese algo sea cierto, sino que la persona cree que lo es. Las certezas son opiniones o teorías que uno decide considerar como verdades. Detrás de las certezas hay una decisión, un acto de fe. Y como el individuo ha decidido comenzar a creer que una idea es «la verdad», esa idea comienza a ser una parte integrante de su persona.

Así, si una persona A compra las doctrinas del comunismo, y decide comenzar a creer que son «la verdad», si alguien ataca estas doctrinas no estará atacando sólo a las ideas en sí mismas, sino también a una parte integrante de la personalidad de A.

Si sumamos a todo ello que las certezas se suelen colocar allí donde hay una incomodidad ante la incertidumbre, resulta que las certezas del individuo no son sólo una parte íntima de sí mismo, sino que también tocan algún tema especialmente sensible para él. Esto podría comenzar a explicar por qué las personas que compran certezas pueden ser menos tolerantes a ideas distintas, e incluso reaccionar de forma agresiva ante las personas con otras creencias.

Una de las consecuencias de la compra de certezas, es que después resultan difíciles y dolorosas de cambiar. Una persona abierta a la incertidumbre no tiene certezas, sino opiniones subjetivas útiles, susceptibles de ser reemplazas. Si alguien ataca esas ideas, solamente ataca a las ideas, y no a su persona. Si en algún momento de su vida decide que otra idea le resulta más útil o atractiva, puede cambiar sus opiniones sin tener que pasar por una crisis existencial, ya que esas ideas en ningún momento habían sido consideradas verdades, ni eran una parte íntima de su personalidad.

Del mismo modo, muchas de las consideradas «realidades» culturales de cada época no son ninguna verdad en sí mismas, sino la decisión conjunta de un grupo de personas de creer que son certezas. Un ejemplo de ello es la moda, donde los valores de lo que es bonito o elegante van variando según las creencias intersubjetivas de los grupos de personas.

Cuando un grupo comienza a tener una misma creencia, a nivel cultural la comienzan a convertir en más real. Cuantas más personas crean que los pantalones de campana son los mejores, desde el punto de vista estético, mejores serán dichos diseños. No es que exista una verdad estética universal y definitiva sobre los pantalones, sino que su valor estético es decidido por los grupos de personas.

Una parte de nuestra realidad es creada por la intersubjetividad de los grupos.

Un ejemplo muy curioso al respecto lo encontramos en la realidad de las sectas. La única diferencia entre ellas y las religiones es el número de seguidores. Con una gran cantidad de seguidores, hablamos religiones. Con una minoría, de sectas. Si ya no queda ningún creyente de dicha religión, entonces estamos hablando, como mucho, de mitologías.

Existe un caso de un culto apocalíptico moderno, donde sus integrantes creían en una profecía sobre la llegada del fin del mundo en forma de diluvio, el 21 de diciembre de 1954. Además de profetizar el fin del mundo, también creían que sólo ellos serían rescatados en alguna especie de nave espacial dirigida por unos seres a los que llamaban «los guardianes». Lo interesante del caso es que había tres psicólogos infiltrados dentro de la secta, que apenas tenía 30 integrantes, y pudieron observar y analizar los comportamientos de la secta cuando llegó el día final, y nada sucedió. Primero hubo una fase de estupefacción y de silencio. Después de algunas horas, la líder del grupo, Dorothy Martin, tuvo una visión que explicaba lo sucedido: el mundo no había sido destruido gracias a que ellos habían «esparcido la luz». No es que estuvieran equivocados, sino que habían salvado al mundo.

Lo que sucedió después es que los seguidores de la secta «sintieron la urgencia» de difundir su mensaje con mayor ahínco, y de invertir más esfuerzo y energía en reclutar a nuevos adeptos. El fiasco de su profecía había puesto en tela de juicio sus creencias, y la forma de hacerlas más ciertas era conseguir que más gente creyera en ellas. [1]

Buscaban convencerse a sí mismos convenciendo a otras personas, utilizando de algún modo lo que en psicología se conoce como el principio de la sanción social. [2]

Si un grupo pone en tela de juicio ya sea de forma más activa o más pasiva las «certezas» de otro grupo, lo que está criticando no son sólo las ideas, sino la realidad de dicho grupo.

¿Por qué existen grupos que, por ejemplo, no pueden aceptar la homosexualidad, o incluso llegan a agredir a las personas homosexuales? La homosexualidad en sí misma no tiene la menor incidencia sobre la vida de las personas heterosexuales. La calidad de vida de una persona con gustos heterosexuales no se ve comprometida porque haya otra gente con gustos distintos. Así que, ¿por qué gastar tiempo y energía personales en agredir a algo que no tiene ninguna incidencia en nuestra vida?

Tal vez, porque los grupos con ideas distintas ponen en riesgo la existencia las «certezas» de otros grupos. El número de creyentes que tengan nuestras certezas influye en cómo de «reales» son éstas.

Podemos ver este tipo de resistencia o ataques a las ideas distintas en muchos ámbitos sociales. Entre corrientes filosóficas, movimientos artísticos, religiones, ideologías políticas, etc.

Las certezas de los individuos, y las realidades sociales creadas por los grupos con similares certezas, se pueden entender como una escapatoria a la incomodidad que produce la incertidumbre. Comprar certezas supone comprar cierto confort, pero se paga un precio bajo la forma de pérdida de libertad, tolerancia y posibilidad de progreso.

Por su lado la incertidumbre es más flexible, tolera distintas ideas, está abierta al progreso, y permite al individuo cambiar sus opiniones e ir re-direccionando su «camino» en la vida. A cambio de ello, la persona se tiene que responsabilizar de sus decisiones morales, y debe enfrentarse a la inmensidad del abismo.

En el próximo artículo se tratará de mostrar algunas bondades de la incertidumbre, así como de ofrecer algunos motivos en defensa de la incertidumbre, como opción respetable ante la certeza.

Puedes encontrar todos los artículos de «La firmeza de la incertidumbre» en este ÍNDICE DE CONTENIDOS.

[1] When Prophecy Fails: A Social and Psychological Study of a Modern Group That Predicted the Destruction of the World. Leon Festinger, Henry Riecken y Stanley Schachter.

[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Sanci%C3%B3n_social

Imágenes: dominio público y Vmavrikios

2 comentarios en «3- Los compradores de certezas»

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