La capital francesa ha llegado a tal punto, en la imaginería popular, que uno siente cierta presión al pisar sus calles por primera vez. No en balde está visitando una de las ciudades más bellas del mundo, donde a cada esquina se le supone llena de encanto, a cada edificio, a cada calle… Es la ciudad del amor, de los cafés y del existencialismo.
Hay que tener mucho cuidado con este tipo de presión estética, porque puede spoilearle a uno toda la experiencia. Resulta difícil ver y disfrutar la belleza de una ciudad, cuando uno está obligado a ello.